

La estampa, y cada proceso hasta llegar a ella, son un sutil pero certero cuestionamiento de la libertad del ser.
Lo individual se abre y une en el espacio interior, desdibujando fronteras basadas en rígidas construcciones sociales que imperan el quiebre del plano real.
La disociación encuentra en la obra un sitio donde confluyen antagónicamente el ser y el parecer, y deconstruye para refundar desde la más visceral esencia.
Cruzar la orilla nos vuelve descarnadamente vulnerables y nos presenta constantes desafíos para atravesar los íntimos límites que otorgan la anhelada y liberadora serenidad.
En ese único lugar, donde la luz es nueva, no hay espacio para la duda y la autenticidad está servida, es que sucede lo inevitable, y cada trazo, poro, e incluso, cada surco del cabello, se convierten en verdad.
Y por fin, se es



